miércoles, 7 de abril de 2010

¡GENTE COLGADA!.



La antesala de las consultas estaba abarrotada. Los asientos copados todos. Gente apoyada contra las paredes y mirando por la ventanas como si quisieran adivinar el devenir del tiempo.
Daba gusto ver toda aquella gente: Unos con cara de angustia, otros con cara de aburrimiento y otros con aspecto de dolerle algo.
Por lo observado, allí, no se conocía nadie, pués nadie hablaba con nadie. El que no leía 20 minutos leía algún libro, escuchaban algo a través de unos auriculares, o simplemente estaban adormilados.
Sentada a mi lado estaba una señora ya abuela, por lo que dijo un par de veces.
Después de un un par de llamadas a consulta, la buena señora se dirigió a mi, tratando de contarme sus dolencias. Me hice el sordo y pasó de mí. Después de otro par de llamadas a consulta, la venerable anciana, no mucho más que yo por cierto, se encaró con una mujer mas joven sentada a su izquierda, con la misma intención. Esto hizo que la otra mujer se levantase con la idea de no volver a sentarse.
Pasados unos minutos mas, de una de las consultas salió una pareja de alrededor de setenta y tantos años. Al verlos mi vecina de asiento se levantó como si la izase un resorte y se abalanzó a abrazar a la mujer que salía de la consulta, ante la mirada resignada del acompañante de esta última, que después supe era su marido.
Mi vista quedó prendida de una muleta de ésta mujer. Al fijarme me dí cuenta de que le faltaba la pierna derecha. Estaban de pié delante de mi, y la cantinela de mi vecina de asiento era la misma. Le importaba un carajo que la señora y su marido hiciera ademán de largarse. Ella iba a lo suyo: contar sus cuitas y las de su familia.
La buena señora tenia huna hermana inválida y también un poco trastornada. Su marido estaba encamado, espero que no fuese por oírla. Tenia dos hijas universitarias, un hijo estudiando e Santiago, tres nietos haciendo oposiciones, porque las cosas oficiales son más seguras. A cada enunciado le añadía esta coletilla: ¿verdad que me entiendes?
La mujer a la que le faltaba la pierna, le dijo al marido que estaba cansada y le dolía algo. Aprovecharon para largarse.
Una vez que el matrimonio se introdujo en el ascensor y la puerta se cerró, la buena señora nos contó todo lo relativo a la mujer coja. Se quedó coja con catorce años, se casó con un marino, tiene tres hijos, ahora el marido está jubilado y cuida de ella pués tiene problemas de columna. ¡Pobre mujer, desde los catorce años sufriendo!
Mientras contaba todo ello, a un auditorio totalmente callado, no sé si interesado, nos fue ilustrando con su vida actual. Por eso descubrí como era su familia.
Lo mas curioso era porque estaba en el ambulatorio, pués no iba a consulta de cita previa, tampoco iba por recetas. ¡Había ido a una tienda que estaba al lado del consultorio, y se pasaba por allí a esperar que la consulta del dentista no tuviera nadie para ver que le arreglaran un problema bucal!
Eso sí, llevaba un abrigo que parecía de piel de algún pobre animal, llevaba anillos en las dos manos, parecían de oro, y unos buenos tacones en los zapatos que, para una señora de su edad, no sé si sería el mejor calzado para caminar con pies hinchados.
Ruego a la Madre Naturaleza, que no me haga pasar ese trago. ¡Habrá que ponerse al loro!

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